Desde hace algún tiempo Romario Dos Santos Alves, un joven brasilero de 24 años se ha convertido en figura pública gracias a sus descomunales bíceps de 65 centímetros. En sus apariciones públicas Dos Santos dejaba ver su fijación por convertirse en el hombre con los bíceps más grandes del planeta y gracias a su apariencia recibió el apelativo de “El Hulk humano”
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Tres años atrás este hombre se obsesionó con la idea de ser reconocido como un gran fisicoculturista al ver que sus compañeros de gimnasio lucían enormes brazos. Pronto empezó una amistad con ellos que lo llevaría a sufrir grandes consecuencias, pues estos nuevos amigos le presentaron el Synthol, un aceite que crea la ilusión de músculo desarrollado. Los resultados se hicieron evidentes de inmediato y Romario se entusiasmó tanto que perdió el control.
Sus brazos estaban casi solidificados hasta el punto de no poder inyectarse con agujas normales porque estaban llenos de “piedras. En su desesperación, Romario recurrió a las jeringas usadas para toros y siguió inyectándose la sustancia. Las inyecciones constantes empezaron a causar dolores, problemas renales, y hasta afectaciones en su capacidad menta, llevándolo al intento de suicido.
Al ser hospitalizado los médicos notaron que las toxinas del Synthol habían formado rocas en sus brazos y tendrían que amputarlos. El abuso estaba ahora pasándole la cuenta al “Hulk humano”. Afortunadamente los médicos lograron extraer las masas producidas por la peligrosa sustancia sin tener que amputarle los brazos.
Hoy, dos años después este sobreviviente lucha por llevar una vida normal y mantenerse alejado de las sustancias, aunque en varias entrevistas ha confesado que es muy difícil y ya ha intentado usar algunas drogas, pero no lo ha hecho por su tormentosa experiencia.
La historia de Romario deja ver otra cara de la vanidad haciéndonos pensar ¿hasta qué punto podemos llegar para que nuestro cuerpo se acomode a los cánones de belleza y perfección?
